domingo, 30 de agosto de 2015

El encanto de la demencia

«El verdadero encanto de las personas es ese lado en que se hacen un lío, un poco cuando no saben por dónde andan. No significa que se vienen abajo. Por el contrario, son gente que no se viene abajo. Si no pillas la pequeña raíz o el granito de locura de alguien, no puedes quererle. Es ese momento en que está por completo en otro sitio. Todos somos un poco dementes. Si no pillas el puntito de demencia de alguien, entonces tengo miedo o, por el contrario, me alegro de que el punto de demencia de alguien sea la fuente de su encanto», dice serenamente, sonriendo, casi carcajeando, con una mirada pícara, recostado sobre su sillón el filósofo francés Gilles Deleuze.

viernes, 28 de agosto de 2015

El predictivo del celular, nuestro inconsciente digital

El texto predictivo del celular es nuestro inconsciente digital. Si lo tenés activado, escribís una palabra y te la cambia por otra con un sentido irónico casi de inteligencia artificial. Hice una lista de las veces en que esta función del teléfono me hizo meter la pata, me indignó o me sacó una sonrisa.

—Con el predictivo del celular querés tomar un «vino tinto» pero podés terminar pidiendo un «vino tonto».
—Te cambia «fiaca» por «física», «macrista» por «machista», «Pichetto» por «puchero» y «porrito por perrito».
—Si no te das cuenta del cambio de palabra a tiempo, te puede hacer quedar mal cuando te estás chamuyando a alguien: «¿Vivís en San Termo?».
—A veces se hace el pícaro: una día escribí «risotto» y lo cambió a «risotadas».
—Otras veces demuestra que me conoce: puse «milanesa» y lo cambió a «milagrosa». Y de verdad tenía un hambre tremendo.
—Lo odio cuando me cambia «boludo» por «bólido».
—También es indignante cuando escribo «jaja» y lo cambia por «baja».
—Pero lo peor es cuando escribo «gay» y lo cambia por «hay». ¡Parece el papa Francisco!
—Escribo «puta» y me pone «punta», como diciéndome «qué boquita, ¿eh?».
—Insisto con «puta» y me pone «pura». ¡Ave María!
—Tampoco me lo banco cuando en vez de «supongo» me equivoco y escribo «supingo», y no lo corrige, se cruza de brazos, lo deja así nomás.
—Pongo «Lilita», por Carrió, y me lo cambia a «limita». Y me guiña un ojo.
—Escribo «Hotton», por Cynthia, y me lo cambia a «Horror». La debe conocer.
—Pongo «Ninci», por Mercedes, y me lo cambia a «Nunca». También la conoce, seguramente.
—Escribo Los Leuco y el predictivo me pone Los Leucocitos, células que intervienen contra sustancias extrañas o agentes infecciosos. ¡Yo sabía! ¡Sabía que Los Leuco en el fondo eran buenos!
—Escribo «short» y me pone «ahora», como deseando conmigo que venga rápido el verano.
—Pongo «Moria Casán» y me lo cambia a «Moría Casándose». And isn't it ironic... don't you think?

martes, 25 de agosto de 2015

La pintura de la historia

«Hay un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hace el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad».

(Walter Benjamin, sobre el concepto de la historia)

martes, 18 de agosto de 2015

A vos, que te ataca el pánico

Si hay algo que no le desearía ni al peor de mis enemigos, ni a la persona más malvada con que me cruce, es que sufra ataques de pánico.
Se te hiela la nuca, como si te apoyaran una barra de hielo, pero sentís la cabeza caliente; tiritás; sentís que perdés el control de lo que pensás; que te aparecen pensamientos buenos y malos de golpe, muy seguido, como si se te abrieran varias ventanas de Windows y no podés frenarlo; que nada tiene sentido en la vida; que te morís; no sabés si pararte, caminar, sentarte, acostarte, boca arriba, boca abajo, de costado; te falta el aire, respirás hondo y más hondo; el corazón se te estruja como un trapo de piso, se endurece, como queriendo salirse del pecho; no sabés si tomar azúcar o sal; creés que hay que beber mucha agua, y te bajás un litro; te sentís con la panza llena; entonces, otra vez sentís que te falta el aire, y aún más; querés ir al baño o salir del lugar donde estás e ir a la calle a respirar más hondo, y que pase, pero no pasa. ¡Y es una espiral que crece y crece y crece y crece, y no la podés detener...! Pero, ¿sabés qué? Al final se termina, se pasa, se va. Siempre.
Es una pesadilla estando despierto. Y como toda pesadilla, se termina. Y todo vuelve a tener sentido. Vuelve la claridad. Vuelve la calma. Y podés volver a trabajar, comer, pasear, ver una película, leer un libro, sonreír, subirte al colectivo o al subte, charlar con otra persona, amar, tener sexo, jugar a las cartas, correr en el parque, bañarte con agua caliente, cocinar, viajar en avión. Todo se puede volver a hacer. Lo juro. Y nadie te va a considerar un loco. Y nadie te va a dejar de querer.
El pánico puede volver a atacarte. Sólo hay que aprender a impedir un nuevo golpe; a desasociar los momentos, los lugares, las situaciones, las comidas, los olores, los objetos que están conectados psíquicamente con el ataque de pánico, que han dejado una huella en la mente, y tratar de reconciliarse con ellos.
A veces no llega a ser tan grande el ataque. Es un paniquito, diríamos, una aflicción que dura poco y se va. Controlar la situación, la manera de hacerlo, es algo muy personal, que quizás lleve tiempo. Sabiendo que es una situación que ocurre y termina, hay que calmarse y buscar el mejor camino. Cada uno sabrá de qué manera: hablar con amigos, hacer terapia, hacer yoga, meditar, caminar escuchando canciones que nos traigan buenos recuerdos, hacer pasear el perro, ver una serie, comer un chocolate, pintar, cocinar, ponerse a escribir o simplemente no hacer nada. Es descubrir qué nos da miedo, enfrentarlo aunque duela, aunque angustie, aunque nos dé miedo a tener miedo —porque existe el miedo al miedo—, y tratar de evitarlo luego, alejarse de eso que nos atormenta y causa pánico, que es como una fobia pero en este caso encubierta, que actúa de golpe, sorprendiéndonos, poniéndonos en un abismo, que es irreal. Porque todo está en la cabeza. Nada fuera de ella.
No vengo a escribir esto para solamente describir un ataque de pánico, sino para decirte que lo sufrís no solamente vos, sino muchísimos más y asegurarte que se pasa. Y en la mayoría de los casos no vuelve.
Una clave quizás es pensar un poco qué lo causa y no eludir el problema. Es decir no barrer la mugre y meterla debajo de la alfombra. Sino barrerla, meterla con la pala en una bolsa de supermercado, ponerla en el canasto de la basura y que el camión se la lleve para siempre. Pero, calma, que eso puede llevar un tiempo. El que sea necesario. No te fijes plazos. Porque los plazos causan ansiedad. Y la ansiedad causa pánico. Y así todo se va al diablo. Calma. Mucha calma.
Siempre que puedas, no dudes ni un poco en recurrir a tu entorno, amigos, familia, en lo posible. Son lo que los psicólogos llaman recursos. Ellos nos ayudan a que se pase más rápido. Y luego, con tranquilidad, con tiempo, tratá de reflexionar qué pudo haberlo ocasionado, por qué aparece cada tanto. No confundás la diversión y el goce vacío y pasajero con el placer genuino y duradero, que quizás es lo que esté faltando. Hay algo ahí dentro que es lo que jode, lo que atemoriza, que provoca incertidumbre. Tratá de alejarte de las cosas que te metan presión, de ser menos autoexigente —¡demasiado te rompen las bolas en la facultad o en el laburo o la propia familia e inclusive hasta los amigos, como para andar exigiéndote vos mismo!—. Intentá satisfacerte más, identificar los factores que te generen ansiedad, que te agitan cotidianamente, que te hacen querer todo ya, todo ya, todo ya, todo ya, que te hacen pensar que una gripe es la muerte directa o que un dolor de panza es un cáncer de estómago. O creer que la turbulencia es que el avión se está por caer, cuando en realidad podés tomarla como las cosquillas de las nubes, porque los movimientos siempre pasan y el avión siempre sigue su rumbo. Esos fantasmas que comienzan a multiplicarse en segundos en la cabeza y te espantan y te causan el ataque de pánico. Esos fantasmas que sólo existen en tu cabeza. Esos fantasmas que hay que soplarlos, y se van. Porque son humo. Porque no existen. Y no hay que darles la más mínima entidad.
Si hace falta medicación, clonazepam, por ejemplo, hay que tomarla. Si hace falta hacer terapia, hay que hacerla. Hay que sacarse los mandatos y los prejuicios de encima. Nadie está loco. O todos lo estamos. Y estamos para acompañarnos. Mucha gente sufre estos martirios. Y es recomendable consultar a profesionales. Ponerse las pilas con eso. Pueden parecerte chantas, porque somos incrédulos, porque cuando sufrimos pánico somos racionales, escépticos, pero en verdad ellos son los que saben. O, en todo caso, nadie sabe más que ellos cómo parar el pánico y ayudarte a encontrar una vida en paz.
No trafiques clonazepam, alprazolam o el que sea. No te automediques. Acudí al médico psiquiatra, si fuera necesario, y a un psicólogo, si también lo consideraras necesario. Está comprobado que se sale de estos tormentos con ayuda farmacológica y terapéutica. Aunque a veces no hace falta ninguna de las dos. Pero si te aquejan los pánicos, aunque sean sensaciones, o paniquitos, una consulta nunca está demás. Nadie te va a abducir, como una nave extraterrestre, a su consultorio ni a su diván. Siempre está la chance de decir amablemente que no, que lo vas a intentar de otra manera. Siempre hay posibilidades de cambiar de médico y de terapeuta. Algunos probaron con homeopatía y salieron. Otros se separaron de su pareja y salieron. Otros renunciaron al laburo, que les quemaba la cabeza, y salieron. Otros salieron por sí solos sin cambiar nada, y nunca más volvió el pánico. La salida es un punto de vista. La terapia y el tratamiento farmacológico, si se necesitaran, son un traje a medida. Los sastres no son nuestros amigos. Los sastres son los profesionales, los que saben.
Los ataques de pánico son un infierno que muchos sufrimos. Son la tortura de nuestra propia mente. Pero la vida hay que vivirla. Y del infierno se sale. Y se sale fortalecido. Porque aunque aprendemos a los golpes, que son los ataques de pánico, aprendemos de verdad, nos conocemos más para ser felices y para vivir en paz. No tengas miedo, que todo pasa. Y es para estar mejor.

lunes, 17 de agosto de 2015

Lo que quieras

Chat con un amigo:

—La paso muy bien con él, realmente. Nunca hemos hablado de las «reglas» de la relación, y es mejor, porque no me caben mucho las reglas.
—Me parece muy bien.
—En estos días leí algo con respecto a este tema. A ver si te interesa.
—A ver.

Soltando las amarras, de Emmanuel Ruiz Castellanos

Te digo vete cuando quieras
porque decir te extraño es decir cadenas;
Te digo puedo vivir sin que me quieras
porque decir te necesito es mentira,
es decir cadenas;
Te digo mira donde quieras
porque decir mírame a los ojos
es un insulto egoísta,
es decir cadenas;
Te digo duerme con quien quieras
porque decir duerme conmigo
es inseguridad fatal
es decir cadenas;
Te digo tarda cuanto quieras
porque decir hoy o mañana
es encerrarnos en el tiempo
es decir cadenas;
Te digo cuéntame lo que quieras
porque decir cuéntamelo todo
es juicio interrogatorio,
es decir cadenas;
Te digo grítame y ódiame cuanto quieras,
porque decir trátame siempre bien
es cuadrarte a mí,
es decir cadenas;
Te digo haz lo que quieras
porque decir haz esto o aquello
es como obligación,
es decir cadenas;
Te digo vete cuando quieras
porque eres libre,
porque entre nosotros el miedo ya no existe
porque hemos renunciado a las cadenas
nuestro amor traspasó el cosmos,
nuestro amor no sabe de fronteras.

—Boludo, qué hermoso, y qué fuerte. Me encantó. ¿Me dejás publicarlo en mi blog?
—No es mío. Haz lo que quieras.

viernes, 14 de agosto de 2015

Falsos periodistas

Eduardo van der Kooy y Julio Blanck, jefes de Clarín y «referentes» del periodismo argentino, le hicieron a Juan Manzur esta semana una entrevista lamentable, justo cuando se distribuye en Buenos Aires el libro «A su salud», un repaso crítico del desempeño del candidato a gobernador de Tucumán durante sus distintos cargos en la función pública. Es una investigación seria, debidamente documentada, elaborada por los periodistas Indalecio Sánchez, Fernando Stanich e Irene Benito. Periodistas de verdad. No como Van der Kooy y Blanck, quienes no le preguntaron a Manzur ni por la manipulación de estadísticas sanitarias de Tucumán sobre la mortalidad infantil, ni por qué creció tanto su patrimonio personal, ni por la gestión de Alperovich en la provincia, la inseguridad en aumento, los indicadores sociales empeorados, el deterioro de la calidad institucional, nada. Nada de nada le preguntaron. Y, como si fuera poco, Blanck se encargó de deshonrar la investigación, que está prologada por el periodista Miguel Wiñazki. Transcribo aquí tan solo una parte del sonriente diálogo de amigos entre Blanck y Manzur.

—Dígame una cosa: acá si uno anda por el centro de Buenos Aires ve algunos afiches, que no sé si son para la campaña suya o no, un libro, una biografía suya. ¿Es a favor o en contra?
—No lo sé.
—Pero yo vi el afiche. Lo vi a usted en las paredes del centro....
—Pero son libros de campaña.
—No pasa nada.
—No pasa nada. Son libros de campaña, que siempre aparecen previo a una elección, digamos. Yo, sinceramente le digo, no he tenido tiempo para lectura últimamente.
—Pero a favor no debe ser.

Y se ríen todos.

Una entrevista rentada, propagandística y antiperiodística. El programa de Van der Kooy y Blanck en TN se llama Código Político. Yo lo llamaría Código de Comercio, o algo así.
Lo penoso de todo esto es que por mercantilistas como Van der Kooy y Blanck meten a los periodistas honestos, realmente talentosos y dignos en una bolsa en la que todos los gatos son pardos.
No me avergüenzo de ser periodista; sí me avergüenzan estos falsos periodistas, que hacen de la profesión un negocio disfrazado de «periodismo independiente».