martes, 5 de enero de 2010

Ese enigmático bálsamo

En este camino inevitable hacia el escepticismo que he comenzado a transitar desde que soy periodista, en este forzoso avance hacia la mayor incredulidad y la negación antipática de lo sobrenatural y los desvíos del existencialismo, un misterio cotidiano germina, de vez en cuando, como capullo en el desierto envenenado de la sospecha: el déjà vu. Felizmente, no puedo encontrarle explicación al hecho de vivir un instante que ya ha aparecido en mi mente con anterioridad. Meses, años antes. El déjà vu asoma cuando menos lo espero y en lugares familiares o inmemoriales, y pasa volando como una estrella fugaz, riéndose del esfuerzo en vano por retenerlo y someterlo a un cuestionario burdo y terrenal. Se esfuma al amanecer, como el ser querido que ya no vive y aparece en sueños extraños y sofocantes. Es un baldazo de desperdicios lanzado al parco señor Intelecto; una grosería proferida a la jactanciosa señora Razón. Es una alucinación real, cierta, casi tangible, que me arrulla a menudo, de repente. Es un canto alegre a la locura. Una cantimplora de agua bendita en la montaña de la muerte. Una confusión vestida de esperanza.