martes, 30 de diciembre de 2008

El DF, prima facie

Veintiseis millones de habitantes se calcula que viven en la Ciudad de México. Desde el cielo, una vista interminable de luces y de avenidas. Desde el autobús, carteles de propaganda oficial contra el crimen organizado y contra el narcotráfico, y publicidad de multinacionales. Poco verde; mucho cemento. Piedras preciosas y picante, para matar el hambre. Una mezcla de militancia nativista con capitalismo a ultranza. Pobreza y riqueza extremas. Y vasto merchandising de la Virgen de Guadalupe, en la que los mexicanos guardan la esperanza y redimen sus penas cada día. Podés comer frijoles, tacos y cajeta lechera; beber tequila y cerveza Corona. Podés escuchar rancheras, Luis Miguel y boleros conservadores, como los de las telenovelas de las dos de la tarde. La sequedad te quiebra los labios. El smog te opaca el horizonte. Te doblás el cuello mirando un rascacielo tras otro, y los aviones que salen del aeropuerto cada 40 segundos. Te asombrás frente a los frescos de Diego Rivera. Te intrigan las huellas de la civilización Azteca. Te estremecen las favelas; inmensas, en el cordón urbano. Distrito Federal, una extraña belleza, ancestral y moderna. Buenos Aires me atormenta. México me mata.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Sutileza

El ocurrente cartel dice No fume, por amor al arte. Pertenece al Museo Municipal de Bellas Artes Dr. Genaro Pérez, de la capital cordobesa. Dicho de paso, una pinacoteca que contiene obras argentinas de una excelente calidad pictórica -por lo menos, en la visión de un novato entusiasta como yo-.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Fresquita y burbujeante

El sifón Drago era estupendo. El envase, esa botella metálica transpirada y recién sacada de la heladera, provocaba inmediatamente unas ganas locas de beber soda. Sobre todo, en verano. Además, significaba un concepto innovador para el hogar: la autogestión de soda. La garrafa de gas se conectaba por un orificio ubicado al costado del pico; después se lo cerraba, se sacudía un poco la botella y voilà: hay soda. El otro día fui a comer un asado en la casa de un amigo y en la mesa había un sifón Drago. Me recordó a esas siestas calurosas en mi casa de la Crisóstomo Alvarez, en la que algunas veces me sentaba a tomar soda en el suelo, lo único que se mantiene frío en Tucumán cuando hace más de 30 grados.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Esa irritante e inevitable tarea doméstica

Si hay algún quehacer hogareño que detesto cada día más desde que vivo solo es el de anudar la bolsa plástica de la basura y poner una nueva en el tacho. Es lo que me causa mayor fastidio. Más que planchar, que lavar los platos, que baldear el piso. Sólo lo hago porque los puchos apagados y la comida sobrante juntos provocan un olor nauseabundo que, al menos en un departamento chico como el que alquilo, se siente en todos lados.