lunes, 19 de mayo de 2008

Reflexión sobre el conflicto con el campo

Alperovich lo explicó sin tapujos: la Nación necesita sacarle plata al campo para pagar la deuda externa. Hay U$S 9.000 millones de vencimientos este año; a U$S 4.000 millones los sacará refinanciando la deuda con la Anses y con las AFJP. ¿Cómo paga los otros U$S 5.000 millones, si no hay crédito? Con el superávit, que es lo que ingresa menos lo que se gasta; y parte de ese superávit está dado por la retención a la soja. Así de clarito había expuesto el gobernador el 26 de marzo, en pleno paro agropecuario, un día después de que los sojeros tucumanos lo criticaron por haberse puesto del lado de la administración central y de espaldas al sector productivo. Siete semanas han pasado desde aquellas declaraciones sin que Cristina de Kirchner ni sus funcionarios hayan detallado las verdaderas razones de la última suba de las retenciones (en el caso de la soja alcanzan el 44,1%) y del esquema de movilidad, que establece que este impuesto subirá o bajará de acuerdo con la variación de los precios internacionales de cada cereal.

Que sirven para distribuir la riqueza. Primera mentira. El país crece gracias a la demanda internacional de commodities que la Argentina produce y al tipo de cambio que permite un extraordinario ingreso de capitales por todas las vías. Pero la matriz distributiva sigue siendo la misma que la de los 90: el derrame. Y, en este sentido, está claro que las retenciones propician una mayor concentración de la riqueza en pocos actores. Más genuino sería expropiar tierras y distribuirlas entre los que menos tienen; y dejar de subsidiar a las grandes corporaciones alimenticias con el dinero de los pequeños productores. ¿Por qué no al revés: aplicarles retenciones a estas y subsidiar a los agricultores para que produzcan más?

Que son necesarias para frenar la inflación. Segunda mentira. Las retenciones se aplican desde 2002, cuando se salió del 1 a 1, y el Estado nacional requería urgentemente fondos para sanear las finanzas públicas, en medio de la peor crisis económica que haya sufrido el país. Desde entonces, la economía ha crecido más del 45% y los precios alconsumidor han aumentado más del 150% (siempre según el Indec). La gente siente que cada vez le alcanza menos la plata.

El primer problema en este conflicto nacional -y en muchos otros más, sin dudas-, es que este Gobierno no transparenta sus propósitos y traslada asuntos públicos de cualquier índole al plano político. Resulta incomprensible que la Presidenta (¿o Néstor Kirchner?) haya llevado al extremo la pelea con el campo, inclusive a costas de una pronta e inesperada caída de su consideración en la sociedad (ganó la Presidencia con el 44% de los votos y hoy, faltándole tres años de mandato, su imagen positiva alcanza con suerte el 30%), cuando podía haberlo solucionado mucho antes. Bastaba con explicarles a las entidades ruralistas la necesidad de caja y ofrecerles una propuesta para bajar la alícuota de las retenciones, o bien, modificar el esquema de movilidad. Esa es la madre del borrego, aunque también -hay que decirlo- fue la gota que rebasó el vaso en medio de una ausencia total de política agropecuaria. En verdad, la única política agropecuaria de este Gobierno y de su falso modelo productivo consiste en sacarle dinero al campo para sostener el superávit. Y los que más pierden son los pequeños productores. Para los grandes son apenas rasguños. A esta altura, no se entiende cómo sigue en funciones el secretario de Agricultura, Javier de Urquiza.

Mientras la administración central busca enceguecidamente más dinero, crece la deuda externa y aumenta el gasto público improductivo; y no sería descabellado pensar que también se incrementa la pobreza, si se tiene en cuenta la suba del valor de la canasta básica. Además, el país pierde terreno en la carrera internacional de los países emergentes por propiciar la radicación de inversiones de peso que, en definitiva, constituyen, al menos en el caso argentino, la solución ideal para la suba del costo de vida y para la crisis energética (otro grave problema). En efecto, según un informe de la Comisión Económica para América Latina yel Caribe (Cepal), la inversión extranjera directa alcanzó el año pasado un récord de 106.000 millones de dólares en América Latina y el Caribe, pero la Argentina no figuró entre los más elegidos, con 5.720 millones de dólares. Durante 2007, los países preferidos por los inversores fueron Brasil (con 34.585 millones de dólares), seguido por México (23.230 millones), Chile(14.457 millones) y Colombia (9.028 millones).

El Gobierno nacional siempre tuvo la llave para solucionar el conflicto con el campo. Pero optó por dilatarlo absurdamente, mientras la economía entró en una desmejora, producto, en buena parte, de la incertidumbre que se extendió durante estos días. Eso sí: apura el proyecto de construcción del tren bala, que seguramente ubicará al país en la cresta internacional de la modernidad.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Sabor a nada

Anoche fui a cenar a Setimio, un wine bar ubicado frente a la plaza Urquiza de esta ciudad. Los martes son días especiales: hay sushi. La única que vez que degusté esos bocaditos orientales de pescado crudo, de arroz y de otras yerbas fue el año pasado, cuando mi amiga Martina Delacroix gentilmente había planificado un selecto convite en ocasión del estreno de un departamento que acababa de alquilar. Ahora tenía ganas de comparar los que había cocinado Martina con los del chef de Setimio, uno de los poquísimos comercios en Tucumán donde se puede comer sushi. El lunes había ido a hacer las reservas, porque el lugar es chico y necesitan saber cuántos son para poder estimar la cantidad de comida a preparar, según me comentaron. Hecha la reserva, llegué a la vinoteca ayer cerca de las 23, después de una jornada laboral agitada. Subí por las escaleras. Había pedido una mesa en el primer piso. La cristalería de los vasos y de las botellas se combinaba armoniosamente con la madera de los muebles y de algunos elegantes cachivaches relacionados con la vinería y con la gastronomía en general. Buen gusto. Buena música. No era el chill out barato que está en boga en los lugares top. No sé qué era, pero agradaba. Se dejaba escuchar. El salón no estaba lleno. Eso también era bueno. Los otros tres comensales (mi hermana, su novio y mi compañera) me esperaban sentados. Después de una breve charla introductoria, nos pusimos a hojear la carta. Decidimos qué pedir. Llamé al mozo:

- ¿Qué tal? Queremos dos porciones de sushi surtid…
- No, no hay sushi.
- ¿Cómo que no hay sushi?
- Es que se acabó.
- ¿Cómo que se acabó? Yo hice las reservas ayer para cuatro person...
- Sí, pero usted reservó la mesa, no el sushi.

Respuesta inverosímil. Inadmisible. Pero respetuosa, eso sí.
23.30. Era tarde. No convenía salir a buscar otro restaurante. Volvimos a revisar la carta. Esta vez, el mismo mozo nos acercó atentamente, hay que decirlo, unos bocaditos que habían quedado. “Para que no se queden con las ganas”, nos dijo. ¡Pero no era sushi! ¡Era comida china! Y para nada buena, por cierto. Eran como empanaditas con apenas un golpe de horno, como crudas, rellenas de atún. Gusto a nada.
Pedimos pasta. Veintidós pesos un platito de sorrentinos de morondanga, con gusto a… ¡nada! Lo único rico de la noche fue el Latitud 33 Cabernet Sauvignon, al que por suerte lo hacen en Bodegas Chandón, y no en Setimio.
Cuando terminamos de cenar, habiendo tratado de pasarla bien a pesar de la saga de chascos, se acercó el chef del sushi, el que cocina todos los martes, y nos ofreció sus más sinceras disculpas. “Ojalá vuelvan pronto para que puedan ser compensados”, nos dijo, con un acento educado y con una sonrisa amable, pacífica. Después, se fue a saludar en otras mesas.
Demasiado glamour.

De nuevo estoy de vuelta

Después de larga ausencia (caló hondo el título de la entrada anterior), El Corcho se reencuentra hoy con sus lectores. Amigos, ha sido un mes de mucho trabajo y, tal vez, de demasiadas distracciones. No voy a decirles que estoy con todas las pilas, pero al menos voy a tratar de postear con una mayor constancia. Un abrazo fraterno.