El apetito por el razonamiento debe regularse, como sabe toda persona sensible, porque puede ahogarnos la vida.
Nunca he comprendido por qué la gente encuentra tan difícil decir la verdad a sus conocidos o amigos. Según mi experiencia, la verdad es siempre apreciada, y el temor a ofender es generalmente exagerado. Muchos temen ofender o herir a los demás, no porque sean amables, sino porque no aprecian la verdad.
Cuando escribimos la verdad, deberíamos dirigirnos a nosotros mismos. Cuando al escribir somos didácticos y moralistas, debemos considerar que sólo nos instruimos y aconsejamos a nosotros mismos, por nuestras propias faltas. El lector es un divertido accidente. Uno debe permitirle su libertad, su libertad para contradecir lo que está escrito, su libertad para debatir entre las alternativas.
El sacerdote es una persona educada en el arte de menospreciar el cuerpo.
Pretender algo es sólo no pretender otras cosas. Pero estar obsesionado es no pretender nada en absoluto. El sol no juega a levantarse cada mañana. ¿Sabés por qué? Porque el sol está obsesionado con su trabajo. Todo lo que admiramos en la naturaleza bajo el nombre de orden, y la confianza fundamental que depositamos en sus movimientos regulares, es obsesión.
Está bien ser serio, pero no entender la seriedad como una exigencia.
Respeto un auténtico misterio, pero deploro los intentos de mistificación.
La moderación es un signo de un estado espiritual confuso. Pero cualquier acto puede llevarse a cabo moderada o inmoderadamente. Hay asesinatos moderados e inmoderados paseos junto al río.
Las lágrimas son serias; uno puede recogerlas en una jarra. Pero un sueño, como una sonrisa, es puro aire. Los sueños, como las sonrisas, se esfuman rápidamente.
Qué gran promesa de libertad supone la sexualidad. Qué extraño que no esté marginada por la ley.
Me sorprende que los sueños no estén fuera de la ley. ¡Qué promesas son los sueños! ¡Qué agradables! ¡Qué íntimos! Y no se necesita compañero, no se precisa colaboración de nadie, ni macho ni hembra. Los sueños son el onanismo del espíritu.
El gusto por lo impreso, la habilidad para leer rápidamente, dependen de una educada pasividad mental. Sería una exageración decir que el lector no piensa, pero piensa sólo hasta cierto punto; debe detener sus pensamientos o, de otro modo, nunca iría más allá de la primera frase.
Las cosas que sabemos hacer bien son las que repetimos una y otra vez, y todavía son mejores las que tienen en sí mismas una forma esencialmente monótona: bailar, hacer el amor, tocar un instrumento musical.
Los seres humanos están diseñados para amar. La única excepción a este diseño es el soñar. En un sueño nos miramos a nosotros mismos, nos proyectamos sobre nuestra propia pantalla; somos actor, director y espectador, todo al mismo tiempo.
Tocador, cosméticos, abanicos, un armario de elegantes vestidos, en fin, todos los requisitos de la vanidad.
El amor eleva la temperatura del espíritu; es una especie de fiebre. Los hombres aman para sentirse vivos. Y no se limitan simplemente a amar. También por eso van a la guerra. Si la guerra no satisficiera un deseo elemental —no el deseo de descubrir, que es superficial, sino el deseo de encontrarse en estado de tensión, para sentir con mayor intensidad—, la práctica de la guerra se habría probado una vez, y luego abandonado. Los hombres, acertadamente, consideran sus propias muertes como un precio no demasiado alto por sentirse vivos.
La esencia de la bondad es la monotonía. Digo monotonía, no consistencia, que tantos incorrectamente creen el sine qua non del buen carácter. De la monotonía surge la pureza. Ésta es la razón por la que casarse es mejor, más puro, que la poligamia. Pero la monogamia es poligamia cuando se enfrenta a la pureza del amor a sí mismo. ¿Qué es más monótono que uno mismo?
Pienso mejor cuando pienso en una sola cosa, siento con más profundidad cuando siento una sola cosa. Si pudiera remodelar mi cuerpo, sería de dimensiones celestiales, de modo que las ciudades de los hombres aparecieran ante mí como diminutas manchas. O bien, lo haría tan pequeño, que sólo pudiera ver una hojita de hierba. Acariciaría su tallo, me adentraría en sus oscuros pliegues, me frotaría contra su verde costado.
En la enfermedad la imaginación lo es todo. Usándola adecuadamente puede curar, aunque también la imaginación mata. Pero la imaginación del cuerpo suele ser generalmente prosaica, hasta torpe. Los sueños son la poesía; la enfermedad, la prosa de la imaginación.
Cada uno de nosotros vive diariamente junto a su muerte. Una cinta, a veces más ancha, otras más estrecha, que se enrolla a lo largo de nuestras acciones cotidianas.
Resulta demasiado fácil resignarse a la pérdida de alguien que no ha tenido una importancia realmente grande.
Un funeral adquiere en provincias mayores dimensiones y un peso específico más importante que un funeral en la capital.
Hice una lista de formas posibles de morir. Hasta aquí llegué. Muerte por locura, muerte por guillotina, muerte por guisantes que suben a través de la nariz, hielo atravesado en la garganta, caída en el hueco de un ascensor, crucifixión, el paracaídas que no se abre, gangrena, saltar por la ventana del dentista, arsénico en la sopa de cebolla, arrollado por un autobús, mordisco de serpiente, la bomba de hidrógeno, Escila y/o Caribdis, desilusión amorosa, un bastonazo, la ruleta rusa, la sífilis, ser aplastado por una apisonadora, cirugía negligente, ahogo, un accidente de aviación, píldoras para dormir, gases de automóvil, aburrimiento, paseo por la cuerda floja, hara-kiri, mordedura de tiburón, linchamiento, ultimátums, hambre, volar sin alas, volar con alas (sin avión). Qué frágiles somos.
Los hábitos se cultivan. Ante las compulsiones nos rendimos. Quizás una compulsión sea sólo un hábito ahogado.
Nuestros sueños son libres mientras nuestras vida diurnas están dominadas por la compulsión. Nuestras vidas conscientes se rigen por el arte del compromiso mientras nuestros sueños se atreven a todo.
La indignación es una emoción perversa y totalmente falta de provecho.
Lo bueno y lo malo se ríen uno del otro.
La vida es un lento movimiento. La vida está cincelada con una punta de clavo y, en la cabeza del clavo, un mensaje indescifrable.
Uno sólo necesita declararse libre para serlo realmente.
Los grandes milagros del cambio se alcanzan restringiendo las propias ambiciones. Hay un método mejor para convertir el infierno en paraíso que subir pesadamente la cuesta. También puede descenderse, descenderse hasta la boca del diablo, pasando junto a los lacerados cuerpos de los traidores, a través de la garganta, y penetrando en los mismos intestinos del demonio. El ano del diablo es la puerta trasera hacia el paraíso, si se me permite esta indelicadeza.
La verdadera prueba de la satisfacción es el silencio, así como el significado de la satisfacción no es estar lleno, sino vaciarse.
Los antiguos filósofos estaban en lo cierto al alabar las ventajas de la edad. Se tiene menos motivo para sufrir y mayor ocasión para pensar. Para algunos esta paz resulta del silencio de la necesidad sexual.
Terminé El Benefactor, de Susan Sontag. Estos son apuntes de esa novela, que me pareció fabulosa.
1 comentario:
gracias por los recortes-
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