miércoles, 29 de agosto de 2012

Que los libros actúen

A Mariano Ferreyra lo mataron el 20 de octubre de 2010. Participaba de una protesta cuando sufrió un balazo en el pecho que provino de una patota de la Unión Ferroviaria, un gremio afín al gobierno kirchnerista. Diego Rojas investigó el homicidio y escribió ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, un libro que salió a la venta en marzo de 2011, apenas cinco meses después del crimen. Pero la causa judicial siguió y, en paralelo, también su investigación periodística. Desde entonces, algunas cosas pasaron: el líder de la UF, José Pedraza, continúa preso y se produjo el accidente ferroviario de Once, que provocó la muerte de 51 pasajeros y evidenció las miserias del sistema de transporte metropolitano. Rojas no abandonó la faena y en los próximos días las vidrieras de las librerías ofrecerán una publicación ampliada del libro. Una segunda edición que, según dijo, espera que “actúe” y acabe desnudando los lazos oscuros entre el poder político y lo más rancio del sindicalismo argentino.

Rojas, de 35 años, escribe en el portal plazademayo.com y en Perfil. Trabajó en la revista Veintitrés y colaboró en Ñ –el suplemento cultural de Clarín–, en ADN –el de La Nación– y en Clarín. Por ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? fue llamado como testigo en el juicio por el asesinato del militante del Partido Obrero (PO), agrupación política en la que también militó y a la que ahora –declara– adhiere y alienta con el apego de un trotskista infalible.

En una charla de 40 minutos con la Maestría en Periodismo de Clarín, en el señorial bar porteño Brighton, Rojas anticipó parte del contenido de la segunda edición de ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? y también se explayó sobre Twitter: en su cuenta, @zonarojas, tiene casi 8.700 seguidores y es un usuario muy activo. Tan es así que hace dos meses presentó Argentuits, una recopilación de tuits de personalidades de esta red social.

Con un vaso de trago largo de negroni –su bebida predilecta– y unos bocaditos típicos del Brighton, sentado frente a la ventana que da a la calle Sarmiento al 600, Diego Rojas también reflexionó sobre el presente y el futuro del periodismo argentino y mencionó a los periodistas que admira. Y también a los que desprecia.

–¿Qué leeremos en la ampliación de la investigación del crimen de Mariano Ferreyra?
–Después de la publicación de la primera edición, continué siguiendo el caso y descubrí testigos y personas relevantes. Los pude entrevistar en un momento posterior al cierre del plazo judicial de entrega de pruebas. Por eso, en el juicio voy a poder aportar estas pruebas que van a tener que incorporarse a la causa. La segunda edición contiene estas novedades. Por ejemplo, un capítulo sobre el accidente de Once, porque tiene los mismos responsables empresariales y políticos. Yo, en realidad, lo llamo masacre de Once, más que tragedia, porque tragedia es algo que surge fortuitamente. Acá, en cambio, hay responsables. Esto es un asesinato colectivo. La segunda edición también tiene todo lo que sucedió después del asesinato de Mariano Ferreyra y un capítulo con las escuchas judiciales, que son muy reveladoras. Están al crudo, como documento.

–¿Qué esperás de esta segunda edición?
–El asesinato de Mariano Ferreyra fue un caso que me conmovió muchísimo en lo personal. Es un caso muy serio. Muy contundente. Da cuenta de la forma de hacer política en esta sociedad. Por eso, pienso en la investigación como una herramienta. Rodolfo Walsh se proponía que un libro actúe. Y creo que de eso se trata: de aportar al esclarecimiento del crimen, desde el periodismo.

– Al momento de cometerse el homicidio de Mariano Ferreyra, el gobierno tenía una relación estrechísima con el sector involucrado en el asesinato. ¿Hoy cómo está ese vínculo? ¿Qué ha cambiado?
–El gobierno kirchnerista se basa en esto que se ha dado a conocer como relato. Es una elaboración discursiva alejada de los hechos. En efecto, aunque puedan expresar que condenan este crimen, en el gobierno siguen sosteniendo a los funcionarios responsables durante el asesinato; el gobierno sigue teniendo relaciones con el sindicalismo que llevó adelante la tercerización de trabajadores y accionó mediante patotas y barrabravas para reprimir la protesta social no usando las fuerzas represivas estatales; hasta hace dos meses, el principal candidato de la CGT kirchnerista era Gerardo Martínez, que fue un servicio de inteligencia de la dictadura y conocido por sus patotas. El caso condensa todo esto. (Juan Pablo) Schiavi renunció al cargo de secretario de Transporte por un problema coronario, no por las 51 personas muertas en la masacre de Once. Y la presidenta (Cristina Fernández de Kirchner) dijo: “pobre Schiavi”. El subsecretario de Transporte Ferroviario (Antonio Luna), responsable de las tercerizaciones y de la masacre de Once, sigue en el cargo. Sobrevivió a (Ricardo) Jaime (exsecretario de Transporte durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner) y a Schiavi. ¿Entonces? Hay un problema de impunidad y vamos a ver qué sucede con este juicio. El juicio, finalmente, resolverá en términos formales y concretos un homicidio. Va a estar buenísimo que los responsables materiales e intelectuales sean condenados. Pero después queda todo lo demás. El juicio puede exponer todos estos problemas y puede plantearlos como un catalizador de todo eso. Servir como medio de exhibición.

–Entre la primera y la segunda edición del libro escribiste otro, Argentuits, sobre algo bastante menos duro: Twitter. Da la sensación de que cuando uno cuenta fuera de Twitter lo que ocurre en esta red social es como contar un chiste de Mafalda: nadie se ríe ni lo entiende, porque es de lectura individual. ¿Cómo es, entonces, escribir nada menos que un libro sobre lo que pasa en este gueto?
–La regla marca que lo que pasa en Twitter queda en Twitter. Por eso, ese era, precisamente, el objetivo o la hipótesis: poder contar en un libro lo que pasa en Twitter. En la Argentina hay un millón de usuarios registrados, pero deben usarlo 400.000 personas cotidianamente. Es un gueto grande, aunque gueto al final. Pero es muy potente, es muy interesante y plantea una nueva forma de lo digital. Que es una nueva forma de socialización es evidente y no es nuevo. Pero sí que había que darle un lugar en el objeto libro. Porque el objeto libro todavía sigue siendo algo que permite pensar al mundo en su totalidad. Nada de lo humano le es ajeno al libro. Entonces, había que pensar en un libro sobre Twitter. Fui a la editorial Planeta y le planteé a Ignacio Iraola (el director): “che, tenemos que hacer algo con Twitter”. Entonces, se planteó la posibilidad de hacer un libro más teórico, o bien, mostrar Twitter directamente, exhibir una cierta cantidad de tuits y ponerlos en otra perspectiva que no sea la de Twitter mismo. Así, pensamos en la relación Twitter y política y de diversos usuarios de la red.

–Pero no hay nada más alejado de Twitter que un libro.
–No tanto. Mirá: organicé una entrega de premios, los premios Argentuits, que creo que fue una forma divertida de presentar el libro y de difundirlo. Ganó Jorge Asís (en Twitter es @CayetanoAsis), que cuando se le entregó el premio expresó que era la primera vez que lo votaban y ganaba algo. Y dijo: “qué extraño es ver mi obra”. Es decir, ¡consideraba a sus tuits como parte de su obra! Si uno lo piensa en una perspectiva total del legado cultural que una persona puede realizar, no está mal pensar en los tuits como parte de una obra, aunque suene extraño.

–¿Vos creés que un tuit es una producción literaria?
–Puede serlo. Hubo un par de concursos. El primero que hubo sobre Twitter y literatura lo auspició un banco y había que usar el hashtag #UnaNoche. Ganó Soledad Vallejos (periodista; en Twitter, @SoleVallejos), que en realidad era un retuit de algo, al que le agregaba una parte… es decir, un tuit muy boludo, que no tenía la intención de ser literario. Era de lo más común. Yo creo que Twitter tiene su propia narrativa. Hay que pensar en los personajes de Twitter: La doctora Alcira Pignata (@drapignata), Pibe Trosko (@pibetrosko) o Quijote Conserva (@QuijoteConserva). Tienen narrativa de Twitter. Inclusive, otros tuiteros, que no son fakes como estos, también incorporaron esta narrativa.

–¿Twitter es un reflejo de la sociedad?
–Es un reflejo distorsionado. Por esto de lo segmentado. Sin embargo, es un gueto de personas culturizadas, de sectores medios que tienen acceso a una computadora todo el tiempo, o a un teléfono inteligente. Es la clase media, a la que se le atribuye alguna influencia más interesante que a las demás. Desde ese punto de vista, sí.

–¿Es para tomarse en serio Twitter?
–Ya se lo toma en serio. Cuando ves la cobertura de una noticia importante, esta no está completa en un diario si no dice: “así se vivió en Twitter”. Esto no está mal. Una de las partes del libro, la primera parte, se llama Hashtags. Recorre diversos acontecimientos de importancia. Por ejemplo, #Once, #Malvinas, #YPF, #Kirchner (cuando murió) o #MarianoFerreyra (cuando lo mataron). La idea fue ver cómo intervinieron ante esos acontecimientos, desde su cuenta, los políticos y la gente de a pie.

Periodismo

–¿Sos periodista militante?
–Habría que ver qué es un periodista militante. Tanto las columnas de (Joaquín) Morales Solá como las ediciones de 678 se inscriben en el periodismo militante, ciertamente, pero un periodismo militante alejado de lo que yo considero que sería una militancia productiva, razonable y necesaria para la sociedad.

–¿Y cuál sería esa forma de periodismo militante?
–Una que apunte a la transformación social y radical de la sociedad. En cambio, en estos casos, una es defensora de lo peor de la gestión del Estado por parte del gobierno kirchnerista y la otra apunta a defender intereses corporativos. Eso es el periodismo militante hoy. Yo antes hacía periodismo cultural y hoy hago periodismo político. Es divertido el cambio. Yo vengo del trotskismo. Soy trotskista. Soy un simpatizante activo del Partido Obrero y del Frente de Izquierda. Y en ese marco hay causas y movimientos de la sociedad que me interesan desde una perspectiva de clase. Está bueno poder hablar sobre estas cosas desde esta perspectiva y tratando de difundir estas cosas que muchas veces no se difunden. Tanto en Perfil, donde escribo casi semanalmente, como en plazademayo.com, hago más o menos lo que me gusta en ese sentido. Entonces, podría decir que hay una forma de periodismo militante. Pero, claro, no es aquel como el de 678 o el clarinista que defiende y aboga por Clarín.

–¿El periodismo vive un buen momento o un mal momento? ¿Creés que el kirchnerismo nos habrá hecho mejores periodistas o peores periodistas?
–Creo que está bueno. Es un momento fascinante y, a la vez, pernicioso. El Estado crea un aparato de propaganda en el que se anota una cantidad de periodistas, a muchos de los cuales yo conozco. Yo laburé muchos años en la revista Veintitrés. Y estoy convencido de que son más inteligentes de como aparecen en sus textos defendiendo y justificando lo indefendible y lo injustificable. Y esto se debe a que hay un aparato estatal de propaganda que les provee salarios y muchos lugares de privilegio que de otro modo no tendrían.

–Pero en el medio están quienes lo hacen por una convicción real.
–Seguro. Pero… yo no sé. Hay uno que se llama Demetrio Iramain, que es un periodista de Tiempo Argentino, que trabajó con la Fundación Madres de Plaza de Mayo, y que a mí me cae muy mal. Evidencia un derrumbe de valores políticos, morales e ideológicos importantes. Tiene textos que son buenísimos. Hay uno que se llama La revolución era esto, refiriéndose al plan Milanesas para Todos. Es decir, Milanesas para Todos es la revolución. No creo que esta gente sea tan poco inteligente. Hay algo que está dando vueltas por ahí. Y, si lo fueran, si esto fuera un texto honesto, mostraría un derrumbe total, intelectual, moral, político, de todo tipo. Esto no sólo pasa del lado del gobierno. Quiero decir: hay, ciertamente, un ánimo destituyente si uno observa algunas acciones que el periodismo editorialista de ciertos medios, como Clarín y La Nación, querría llevar adelante. Ninguno de los dos extremos es bueno. Pero, ahora, sin que me oponga a que se descorporativice a Clarín, porque me parece que está bien que se descorporativice Clarín, me parece que se va a construir un aparato de medios estatal o paraestatal o de propaganda estatal que es muy pernicioso. El poder del Estado es el poder más concentrado. Es eso. Es el pavor. Es como salir de Guatemala para ir a Guatepeor. ¿Qué va a pasar con el periodismo? Creo que los periodistas tendrán una mayor conciencia de lo que es el periodismo, de los intereses que existen, y del rol y el lugar en el que desenvuelven sus tareas. Hay que ser más conscientes de esto y no decir: “oh, somos el cuarto poder” o “esta es mi vocación”. No. Hay que ser consciente del rol en el que uno es usado y en el que uno puede usar su oficio para otras cosas.

–¿Qué diarios leés? ¿Y cuáles, por decisión, no leés?
–Tiempo Argentino me parece especialmente expulsivo. Y cuando hago una recorrida leo Clarín, Página (12) y La Nación. A mí me sigue gustando, por ejemplo, comprar el diario los domingos temprano. Y comprar Clarín, La Nación, Perfil y Página es una cosa que me da mucho placer. Te ocupa varias horas y ¡es carísimo! Pero creo que las notas se leen con placer o displacer de acuerdo con cada una. Hay gente que me gusta leer más y gente que me gusta leer menos.

–¿A qué periodistas admirás?
–Me cae bien y me parece muy interesante la producción de (Ernesto) Tenembaum. Creo que expresa ese lugar liberal-progresista. Es real y honestamente progresista y liberal. Ese es su horizonte. El estilo de (Susana) Viau me gusta mucho. El estilo. Muchas veces sus ideas me parecen tremendas, pero sí me gusta su estilo y el modo en que expone sus ideas, elegante, muy rítmico, con una prosa muy buena. También, yo no sé si como periodista, pero me parece muy potente (Jorge) Lanata. Piensa, elige, es un editor. Tiene una mirada periodística que es muy buena. Eso no se puede negar. Orlando Barone también me gusta mucho…

–¿Barone?
–(Se ríe). No, claro que no. Te mencioné a Tenembaum, Viau y Lanata, y lo raro es que los tres son de La Corpo…

–Y de los periodistas que ya no están, ¿a quiénes admirás?
–Bueno, es caer en el lugar común. Walsh, su figura y su presencia, es insoslayable. También hay que decir que, hoy por hoy, hacia la crónica migraron varios periodistas para poder salir del ruido de guerra que circunda el oficio periodístico en el campo más político. Josefina Licitra es buenísima y Leila Guerriero es genial. (Martín) Caparrós me gusta mucho. También, por ejemplo, la revista Crisis, donde escriben (Alejandro) Bercovich, (Hernán) Vanoli y Diego Schurman. Bercovich me parece que hace muy bien su laburo. Está bueno. Es un difusor interesante del periodismo económico. Vanoli, además, es escritor. Él conjuga esto de un periodismo con estilo. No solamente los popes. Y no solamente los muertos. Hay gente interesante hoy también.

–¿Vas a ser periodista toda la vida?
–Cuando alguien me ofrezca ser barman… (Se ríe) ¡Yo qué sé! Dependerá de la vida y de los ofrecimientos salariales que existan.

–Es que entre los periodistas hay un cliché de decir: “yo ni en pedo me dedico a vivir del periodismo toda la vida; en algún momento me dedico a otra cosa”. Colegas que reniegan del ritmo frenético de la profesión y cuelgan los botines, cual futbolista al que no le da más el cuerpo. ¿Es tu caso?
–No es mi caso, porque yo creo de verdad que soy periodista porque peor es trabajar (una frase que acompaña su biografía en Twitter). Es una cosa de nene de papá decir: “ay, el ritmo este”…

–¿Te parece sólo una queja burguesa?
–Es una queja que puede tener mucho de real, porque es uno de los gremios en el que se registra un consumo importante de psicofármacos, y esto está comprobado estadísticamente. Pero es un oficio, a la vez, relajado, que no se puede comparar con el oficio de la construcción o el de un trabajador de una fábrica metalmecánica o el de un obrero del puerto.

–Pero el periodismo es una profesión intelectual; no se podría comparar…
–Pero si analizás un trabajo intelectual como el de la academia o el de la investigación… Este, el del periodismo, es otro trabajo, diferente, que por supuesto que tiene su belleza. Sí. Yo soy un apasionado del periodismo. Me encanta como oficio. Pero, sobre todo, ¡porque no trabajo! Yo estudié Letras. No terminé de estudiar Letras. Pero estudié Letras. Y no me veía como un investigador académico, porque faltaba eso, faltaba la vida. Entonces, busqué combinar un trabajo intelectual, de trabajar con discursos, palabras y textos, con algo más real, que es lo que sucede, los hechos, las noticias. Yo creo que no dejaría el periodismo. Pero quién sabe qué pasará en los cinco años de vida que me quedan.

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