sábado, 10 de octubre de 2015

Encuentros impecables

Cuando no estaba sentado en estos cafés, durante las noches de aquel verano, también yo recorría las calles, observando más detalladamente cómo se emplean los hombres entre sí para su placer. Frecuenté otros lugares públicos de esta concupiscencia pasajera, y aprendí a reconocer a los más ocultos homosexuales que se citaban en los urinarios y en las últimas filas de butacas de los cines. No puedo imaginar una forma mejor de entendimiento sin palabras que estos impecables encuentros. No cruzaban ni una sola palabra, sino que alguna misteriosa atracción química los impulsaba a reunirse para estrecharse unos a otros en lugares públicos —nunca parecían cometer una equivocación—, y actuaban con tal prontitud como si cada hombre trabajara individualmente en soledad, mientras el otro parecía asistir invisible.
En cierta ocasión presencié una de esas escenas, ya iniciada, entre algunos hombres reunidos en ese urinario. Reinaba un perfecto silencio. Un árabe de buena estatura, con un inadecuado traje azul, estaba masturbando al que fingía mear junto a él, este otro a su vecino, y así toda una fila de hombres, y ninguno de ellos parecía en modo alguno afeminado, todos actuaban como respondiendo a una señal acordada. Era como un sueño en que lo extraño se había hecho fácil, y lo deseado, simplemente necesario. Y después, con igual velocidad, la fila se deshizo, los bailarines abandonaron su ritmo; se había terminado, y los hombres empezaron a desfilar, ajustándose los pantalones.

Lo escribió en 1963 una mujer: Susan Sontag, en su novela El Benefactor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

McDonals de Av. Corriente y 9 de Julio. Misma escena todos los días.