jueves, 28 de junio de 2012

El arma de instrucción masiva


En la esquina santelmitana de Balcarce y Humberto 1º son las seis de la tarde y ya casi es de noche. Los adoquines respiran el feriado invernal del Día de la Bandera frente al descalabrado predio del ex Patronato de la Infancia. Los accesos están custodiados por una patrulla de policías que se pasan el día charlando, entre baldosas rotas, yuyos crecidos, paredes despintadas y hierros enmohecidos. En uno de los edificios del complejo, junto a un puñado de familias, vive el artista Raúl Lemesoff, con sus obras de arte, sus claros ojos tristes, sus cigarrillos y su trabajo más emblemático: el Arma de instrucción masiva.
Ese es el nombre que el escultor paranaense, de 12 años “de mentalidad”, como se proclama, y de unos treinta y pico de vida, le dio a un vehículo automotor cuya carrocería adaptó para darle forma de tanque de guerra y que, a la vez, pueda transportar en su exterior unos 1.200 libros. Libros que pasean por las calles porteñas desde hace 10 años y que cualquiera puede retirar sin costo alguno. A su vez, cualquiera puede depositar “municiones” en el arma. El intercambio de letras –no de balas– es, pues, el leitmotiv de este carro de combate, el único que no mete miedo.
“El Arma de instrucción masiva es una escultura y forma parte de un ejército mundial de armas de instrucción masiva que estoy formando. Construí la primera en Estados Unidos, previamente a la invasión el ejército norteamericano a Irak (2003). Armé otra en Holanda y armé esta en la Argentina: un Falcon modelo 79 que perteneció a la dictadura”, comentó Lemesoff. “De a poco –agrega–, voy construyendo armas donde puedo, en diferentes países, en diferentes ciudades, en diferentes comunas”.
Tapizada con forros de libros viejos, el Arma es el medio de transporte de Lemesoff: lo usa para ir a la panadería, para trasladar materiales u obras de arte y para movilizarse, en general. Pero, cuando está en la calle, liberada de los quehaceres domésticos del dueño, cumple su función primordial. “Cuando pasa el Arma por la calle genera sonrisas; las personas se llevan libros; otras dejan los suyos. Comunicamos y contribuimos a la paz por medio de la lectura”, dice, como personificando el Arma, humanizándola, convirtiéndola en su álter ego.
El escultor ha viajado por toda la ciudad de Buenos Aires y por varias provincias argentinas: Mendoza, San Luis, San Juan, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe o Misiones. Y ya ha entregado 25.000 libros. En el antiguo Falcon verde, con su nueva estructura, pueden viajar hasta dos personas: conductor y acompañante.
Asegura que el Arma puede circular velozmente sin que los libros se muevan de su lugar. “A menos que la gente los saque y los deje mal acomodados, los libros van bien aprisionados. Puede andar a 140 kilómetros por hora y no se vuela ni un solo libro”, insiste.
Poemas, ensayos científicos, novelas, cuentos, infantiles y obras de teatro se encuentran en el Arma. No hay de religión. “La religión –explica– separa en vez de unir a la gente. Todas las guerras se han hecho de alguna forma u otra basadas en la religión. Y la religión cristiana ha cometido las atrocidades más grandes en nombre de la iglesia. Entonces, creo que no contribuyo a nada con libros de religión”.
Lemesoff no reniega solamente de las religiones, sino también de los políticos, a quienes señala como autores de iniciativas similares al Arma, que surgieron después de haberla conocido. “Cuando fui a pedir ayuda para movilizar el Arma, sólo logré que me copiaran la idea, la pusieran en marcha por su cuenta y no me ayudaran. Entonces, dejé de avivar a giles. Cuando yo llegué al país, después de 10 años, no había ninguno como el Arma. Solo la lancha del Tigre, que llevaba libros a las islas. Pero terrestres no había ninguno que transportase libros a lugares donde los libros no llegaban. Después de que presenté mi proyecto en la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) apareció el Bibliomóvil, el Tren Literario o el Bibliobus. He visto cómo los funcionarios se han inspirado en mi proyecto”, asevera. “Ningún político tiene la capacidad, por más sincero que sea, de mejorarle la vida a la gente. La gente está muy confundida. Los políticos no sirven para eso”, sentencia.
Su objetivo, asegura, son los lugares donde hay menos libros: “En los barrios de conchetos trato de recargar muy bien el Arma y de llevar esos nuevos libros a villas miseria, escuelas carenciadas, pueblos fantasmas, casas rurales, bares y barrios de bajo nivel adquisitivo, donde realmente son apreciados y no pueden creer que sean gratis”, comenta.
Lemesoff avisa que no tiene ninguna expectativa grandilocuente con el Arma, que todos los días cumple su cometido. “Sólo quiero que pasen los días. Quiero seguir trabajando. Yo hago varias piezas de arte, aparte de esto (hacer andar el Arma). Me gusta crear. Laburo con vidrio, con metal, con madera, con máquinas usadas de escribir, con teléfonos celulares, con lo que agarre. Algunas obras están acá. Estoy armando el tallercito. Hago mesas, muebles, fotografía, documentales, canciones, qué se yo… me la paso todo el día boludeando”, cuenta, apoyado sobre el Arma.
El Ford Falcon verde, que durante los años de terrorismo de Estado era utilizado como vehículo para secuestrar personas y cometer después las peores atrocidades, hoy sale a la calle a recibir y regalar letras y a rescatar el valor de la lectura. A disparar cultura.

2 comentarios:

CeCiLia R. LisBoA dijo...

hola... dónde puedo encontrar a lemesoff?
gracias!

Juanjo Domínguez dijo...

No había visto tu comentario. Perdón por la demora. A Raúl Lemesoff podés encontrarlo en el edificio citado en el texto. No sé sus horarios, pero yo lo encontré por la tarde. Un abrazo y buena suerte.