En pocas ciudades se percibe una sensación de tranquilidad categórica, completa, como en Lisboa, lo cual se contrapone con su condición de capital de un país europeo y hasta hace poco más de cien años, de un imperio. Será la calzada portuguesa, de piedritas amarillas, blancas y azules, o los kilómetros de adoquinado, que dificultan el tránsito rápido y obligan la vista del paisaje. O las casitas blancas con tejas, en cuyas fachadas están empotradas decenas de macetas y platos pintados. Así es una del vecindario céntrico Caramão: la de la avó Laura, tal como figura en un cartel de cerámica ubicado arriba de la puerta principal. Imagino a su dueña, a esa abuela portuguesa: pelo blanco, paso cansino, mirada dulce, mejillas rosas y manos cocineras. La imagino sentada en su silla, frente a la calle, saludando sonriente a cualquiera que pase caminando. Una vida prudente, discreta. La serenidad lisboeta se deja ver también en los balcones de las casonas palaciegas del Bairro Alto, en los que están tendidos calzones, camisas y pantalones recién lavados. Mi amigo Pancho Pardo, compañero chileno del Programa Balboa, dice que el olor a ropa limpia es esperanzador. Ese olor a jabón... Lisboa es saludable. Es quietud, es sosiego. Es el musgo en la pared; en los bares, el culto de los fadistas modernos, todos hijos de Amalia Rodrigues; el azulejo relevado; el tranvía añoso; el andar presumido de un gato gordo; un barcito de entrada corta y su barrita, sus mesitas, sus sillitas, sus vasitos, sus ceniceritos, su mocita. Es raro, pero esta urbe me parece un gran barrio. Es el diálogo justo entre la gente, de un silencio venerable. Un hombre, una mujer y su hija -de unos tres años- pasando la tarde en la plaza sin decirse una palabra, unidos, en calma; cuatro viejos jugando a los naipes; el beso apasionado debajo de un farol, colgado de una pared enferma crónica de humedad; la revolución poética, la de los claveles en vez de balas; la mirada del pescador en el horizonte interminable del Atlántico; los barcos mansos en el Tajo. Lisboa es paz.
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4 comentarios:
Qué Lindo Escrito sobre Lisboa. Definitivamente es una ciudad que inspira...!
Un saludo,
Flavio
Sí, Lisboa es paz y quietud. Me recuerdas algo que no tenía en el radar, que fue hasta hace poco la capital de un imperio. Lisboa es una graaaan ciudad :D
ahi quisiera vivir yo.. estoy cansada de salir y caminar por tucuman mirando a los cuatro costados con la cartera apretada al hombro para que no me la roben... no podemos ser como lisboa?
Hola Juan: nuevamente hemos cambiado de casa, esta vez por razones estrictas de fuerza mayor. Pasá a visitar. Un abrazo grande.
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