Los refranes y los aforismos son frecuentes en las paredes de las calles de Granada; en particular, en las de sus pintorescos suburbios montañosos. De acuerdo con una de las leyendas urbanas de la zona, hace unos años la proliferación de una serie de grafitis, de sentencias sarcásticas y de protesta, y su reaparición inmediata en los mismos sitios de donde habían sido borrados por el personal del ayuntamiento, causaron la indignación de las autoridades de la ciudad andaluza; ordenaron la búsqueda del autor, a quien luego de unos meses finalmente pescaron in fraganti. La sorpresa fue que dieron con un viejo y prestigioso profesor de la universidad, que tras haber sido echado de su trabajo, como consecuencia de esta conducta sediciosa, se recluyó en el Sacromonte, donde vive en una de las enigmáticas cuevas, típicas de ese barrio gitano. Ayer, caminando por el Albayzin -el principal arrabal de la ciudad, histórico, de rasgos árabes, de calles empedradas, empinadas, antiquísimas- con mis colegas del Programa Balboa nos detuvimos frente a esta pintada curiosa que se le atribuye al catedrático insurgente (clickear en las fotos para verlas más grandes). Después, ya en el Sacromonte, mantuvimos un breve coloquio con un señor de pelo blanco, largo, y ojos azules desafiantes, penetrantes, de una extravagante mezcla entre diabólicos y nostálgicos. Fue en un pasaje quieto, una esquina solitaria en la que se sentía -no exagero- cierta turbación o energía negativa, un miedo a no sé qué, que este cíngaro maduro se nos aceró de golpe y, sin presentarse, nos dijo, con una voz lejana, pero firme y pacífica: ese es de propiedad privada; es mío. Se refería a un grafiti que nos había llamado la atención, en el que se leía: no más mierda: a la del perro la recojo yo. Luego, el hombre nos pidió amablemente que no le tomáramos fotos, nos recomendó un tradicional bar para visitar más abajo y se fue saludando con un gesto cordial, tan inadvertido como en su aparición. ¿Sería éste el docente rebelde?, nos preguntamos, y sin discusiones acordamos mantener el misterio y quedarnos con un recuerdo amargo y siniestro de este encuentro incógnito; para volver a Granada a sentir el sabor de la transgresión, de la clandestinidad; el lamento moro, un rasguido penoso, un grito estrellado, una mirada sensual, una Alhambra pecaminosa, decadente, roja; una tierra atormentada, cautivadora, ardiente.
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2 comentarios:
Cumpa notable relato, creo que tiene las palabras necesarias y el ritmo del final es de una contundencia increíble. Espero que siga de fiesta por allá. Un abrazo
muy buena historia che, me parece que definitivamente era el docente foragido, una suerte de robin hood de los graffitis (?), saludosss
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