lunes, 6 de julio de 2009

Culpa cotidiana

Juan está apresurado. Parece correr descalzo por las brasas, aunque lleva puestos los mocasines. Todavía no se ha despabilado de un sueño profundo y terrible. Está atolondrado, con los ojos abiertos pero sin haber despertado, y su paso es tan veloz que las piernas comienzan a dolerle mientras avanza en su trayecto, el de todos los días. Sin importarle demasiado sus pulmones ni la lasitud del recién levantado, enciende ese despiadado primer cigarrillo, el que le sigue a los treinta del día anterior; su corazón apura el trote y de golpe sufre un breve mareo y un cansancio de veinticuatro horas. Maldice el día, nublado y frío, y se injuria por haberse quedado dormido otra vez. Cuando vuelve a conectar su pensamiento con la ciudad se topa con uno de los bares que frecuenta. Se sienta a una mesa en la vereda. Pide un cortado y una medialuna dulce y apaga el pucho en el piso. Las sienes le duelen tanto que parece que van a estallar. Se refriega los ojos y toma el diario de una silla desocupada. Revuelve su mochila y no encuentra los antejos. La puta madre, reniega en voz baja. Se hace tarde para volver a casa a buscarlos. Lee el periódico y se asombra por la rapidez con que progresa su asimilación de las noticias. Razona que el mejor momento para leer es la mañana, aunque ya son las cuatro menos cuarto de la tarde. Vuelve a cuestionar su incurable ociosidad y proyecta precarios planes para dejar de fumar o para ejercitar el cuerpo y la mente. Utopías. Sale del café ya despejado por completo de la pesadilla que lo afligió hasta hace media hora y enciende otro pucho. Han pasado veinte minutos desde que cerró la puerta del departamento (¿la cerré?, se pregunta) y llegaría una hora tarde a cumplir su deber. Empieza a escudriñar sus obligaciones y recuerda una tarea prevista para el mediodía. Ya fue, dice, ahora entristecido. Se convence de que debe arribar lo más pronto posible a la meta. Se angustia cuando imagina los comentarios socarrones y las miradas con sorna a su pelo mojado, a sus ojos menguados y a la barba de dos días, que no ha tenido tiempo de rasurar. Se fija en las vidrieras si no ha salido muy despeinado, si la camisa no está muy arrugada, si el nudo de la corbata no es de secundaria y si el saco aguantará un día más sin ir a la tintorería. Todo en orden. Camina y dirige una mirada involuntaria a las baldosas de siempre. Esta vez se da cuenta de que ninguna le gusta y que tal vez por eso las observa todos los días con espontaneidad. Llega a la esquina y, como no pasan autos pese a que el semáforo está en verde, cruza la calle con la misma celeridad. De pronto sale el sol y se frena para disfrutarlo antes de meterse en la oficina todo el día. Le gusta el sol y comprueba con agrado que el centro goza de un silencio venerable. Prende otro Parliament. Llegar a las cuatro y cuarto es lo mismo que a las cuatro, se dice para redimirse. Se acuerda de las buenas horas de anoche: de los chistes, del póquer, del alcohol, de la música. Una sonrisa se le forma inconscientemente en su cara y se mantiene unos largos segundos… ¡pero qué pelotudo que soy!, piensa, enojado y de vuelta agitado, mientras saca el celular de su bolsillo y se fija en la hora. Tira el pucho y sigue viaje. Su cuerpo empieza a transpirar. Está apuradísimo, pero ya más cerca. Menos mal que vivo a unas cuadras, cavila. Cuando por fin llega a la puerta del trabajo repara en algo que cuarenta minutos antes debía haber advertido; no sabe si reír o llorar: hoy es su día de franco.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

te imagino en cada una de esas palabras!!!

Julio dijo...

¡¡¡Qué autobiografía, camarada!!!

pollo dijo...

jajajjajaj,que culiadito ese Juan. Me recuerda las inumerables veces que me he cruzado a ese personaje por el centro, siempre apurado pero dispuesto a la charla, quizás al café. El mismo que después se retira culposo con promesas de algún llamado, de la planificación de algún evento que no tardará en llegar. Siempre la promesa de salir del circulo vicioso, de mermar las trasnochadas. Bien lo dijo: Utopias.Ni él ni nosotros se la creen y está bien que así sea ¿ o no?. Un abrazo. Excelente compañeroooooo

María Abraxas dijo...

Qué bueno, Juanjo. Pará con los cigarros, ché. Me encantó el relato, excelente. Un abrazo!

Eliana dijo...

increíble, dios mío, y bueno, lo positivo de todo esto es que pudiste volver sin problemas a sacarte la duda de si cerraste o no la puerta, y a buscar tus anteojos. Y lo más raro del caso es que no te olvidaste el celular! Ni los cigarrillos, dos a tu favor, te felicito, espero que hayas disfrutado del franco que fue franco. Un beso

arriba los santos todavia dijo...

deja de tomar y madate una invitada para que aprenda el poker con un buen te.
JJD

Pedro Noli dijo...

¡Aflojale al pucho, primo! Muy bueno lo que escribiste.
Abrazo

Lorena Tapia Garzón dijo...

Ja! Querido Juanjo, ud. sabe que soy muyyy colgada y que miles de veces me pasaron cosas parecidas, pero nunca nunca me pasó con un franco. ¿Será que cuento los días y horas que me faltan pa' alcanzarlos? Que la culpa no le juegue en contra en estas cosas, compay! Muy buen relato, por cierto. Besos!!

Jonas Soria dijo...

hola juanjillo. muy bueno la verdad, y pensar de que no podias escribir mas de media carilla en el cole. felicitaciones y creo q me voy a comprar tu libro cuando salga