
Sorprendido, detuve unos instantes mi caminata por las ruinas romanas para escuchar el bandoneón que tocaba un músico callejero. El artista interpretaba Libertango, de Astor Piazzolla. Melodía bella, nostálgica, apasionada, neurótica, como el propio Piazzolla definió alguna vez a su música. Mi bandoneón es como tener una mujer en los brazos. Lo acaricio, le pego. La excitación rítmica me lleva a eso. Un músico no es un empleado solemne, sentenció una vez, durante una entrevista que le hacía el recientemente fallecido Bernardo Neustadt. Escuchar Libertango tan lejos de casa me puso la piel de gallina. El escenario no guardaba ninguna relación con la canción, pero igualmente me estremecí. Y pensé, además, en el alcance internacional que logró uno de los más famosos compositores argentinos de tango. Piazzolla, junto a Mafalda (en Holanda vi a la venta la colección completa de las tiras de Quino, y muñequitos de ella y de los principales personajes), al Diego y a Mercedes Sosa (en La Alhambra, Granada, una mujer con la que intercambié un breve diálogo se animó a entonar un par de estrofas de Canción con todos) son definitivamente los principales íconos argentinos en el mundo. A ellos se les suman algunos contemporáneos, tales como Lionel Messi, aunque su trascendencia aún es un misterio.