domingo, 31 de agosto de 2008

Perfume visual


Maipú 333, San Miguel de Tucumán. Escondido entre la gruesa pilastra de un viejo edificio y la vidriera de un local comercial se encuentra este grafiti redentor. Si uno camina por esa cuadra cualquier día, a la mañana o a la tarde, entre el apuro de la gente, las veredas angostas, los bocinazos de los autos y los gritos de los vendedores ambulantes descubrir esa inscripción es ciertamente un bálsamo. Debería haber más epígrafes urbanos del tipo. La ciudad sería menos agresiva.

martes, 26 de agosto de 2008

Tocar Sólo le pido a Dios con cara de orto

Este domingo se publicó en Crítica de la Argentina una entrevista a León Gieco. La recomiendo porque es reveladora y muy entretenida. Aquí, un fragmento que me impactó.

- ...todo el mundo cree que sos un tipo con gran esperanza en la humanidad, que piensa que el ser humano va a cambiar. Y en realidad sos bastante pesimista.

–¡Soy repesimista! Yo no creo que vaya a cambiar, y creo que va todo para atrás. A nivel país, éste es un país estilo “tómalo o déjalo”, porque no tiene solución. El crisol de razas no dio resultado, evidentemente. Pero sí sé que hay que ser una persona buena, no cagar a nadie, ser fiel y solidario, porque la solidaridad no solamente ayuda a las personas sino que te ayuda a vos. Eso no significa que piense que la cosa vaya a cambiar, ni tampoco soy tan iluso de pensar que mi solidaridad o mi canción vaya a solucionar un problema. ¡No soy un pelotudo! Otra cosa es creerse el personaje de que “gracias a mí” se logran cosas. Yo toco Sólo le pido a Dios con cara de orto porque me doy cuenta de que no soluciono nada con las canciones. Son temas que uno compone porque siente esa fibra y es sincera. Pero después ves a Mick Jagger en la película de Scorsese, todo arrugado, cara como un pergamino, bailando Satisfaction y decís: “¡Claro, este tipo es feliz, si nunca se metió en nada!”. Con esa película vi qué convencimiento tienen los chabones todavía de cantar Satisfaction, como si fuese un tema que compuso ayer. Yo, cada vez que tengo que cantar Sólo le pido a Dios sufro como un hijo de puta y digo: “¡Ojalá no la cante más!”. Fui a verla tres veces al cine y me dio una inyección de vida.


Entrevista completa

jueves, 21 de agosto de 2008

La estatua móvil

Me gustó este artículo de opinión que se publicó ayer en Crítica de la Argentina, mi diario del momento. La escribió Alberto Rojo, físico y músico tucumano que actualmente es columnista del periódico de Jorge Lanata, el más nuevo de los de tirada nacional. El escrito me hizo acordar a mi colega y amigo Roberto Espinosa, que siempre recuerda que durante los años de plomo las manifestaciones culturales quedaron en el ostracismo, porque los militares no entendían el arte; no concebían expresiones o espectáculos que no fueran los desfiles oficiales o las marchas castrenses. La obtusidad era absurda, caricaturesca, cómica, como la curiosa anécdota que relata Rojo, aunque referida a un contexto espeluznante, oscuro.

Noviembre de 1976. El general Antonio Domingo Bussi entra al edificio de Tribunales, en Tucumán. Mira hacia la arboleda de lapachos en la plaza de enfrente. “¿Cómo andan las cosas por aquí?”, pregunta con una voz que imagino autoritaria y condescendiente, cuyos ecos persisten, como rémoras de un naufragio, en el tono de su llanto en el juicio que le están librando estos días. “Y cómo quiere que estén, general, si hasta Yrigoyen nos da la espalda”, contesta alguien cuya identidad nunca supe.
La plaza Yrigoyen está en el barrio sur de Tucumán, a pocas cuadras de la casa en la que crecí. En el punto de cruce de sus diagonales hay una estatua del Peludo, obra de Ernestina Azlor, con un pedestal asimétrico, que mira hacia el centro de Tucumán, dando, en efecto, la espalda a Tribunales.
Nunca supe si el diálogo, que circuló en esos días por Tucumán como tantas anécdotas bussianas, realmente existió. Lo que sí puedo atestiguar es que en diciembre de 1976 la estatua amaneció dada vuelta. La vi muchas veces, desde muchos ángulos, en las tardes que pasábamos con mi novia de adolescencia sentados en los bancos de la plaza y además desde un kiosco (que sigue existiendo) en el extremo opuesto a Tribunales, donde se vendían los que para mí son los mejores sánguches de milanesa del mundo.
Por varios meses, no puedo precisar exactamente cuántos, Yrigoyen miró hacia Tribunales, quizá supervisando las actividades de una Justicia de caricatura, a su izquierda lo que antes estaba a su derecha, dándole la espalda a su propio nombre (curiosamente está escrito Irigoyen), y quizá preocupado por no caerse del pedestal. Siempre cuento la anécdota a extranjeros cuando sale el tema del gobierno militar y de lo grotesco de sus métodos. De esos tiempos de terror hay otras anécdotas por cierto muy documentadas. Los menhires (piedras milenarias de las culturas aborígenes) de Tafí del Valle, agrupados para formar un parque turístico. Los veinte o treinta mendigos (entre ellos Pachequito, el Loco Perón que rompía ladrillos con la cabeza, el Loco Vera) que en invierno de ese año fueron empujados a un camión militar y depositados en medio del campo catamarqueño, para que no entorpezcan, se decía entonces, la visual de la ciudad ante una visita de Videla. Varios murieron de frío y hambre. Pero de Yrigoyen dado vuelta no encontré registros gráficos. Busqué la foto varias veces en muestras testimoniales del diario La Gaceta, una de ellas en el mismo aeropuerto de Tucumán. Consulté con los archivos del diario; increíblemente, me dicen que la foto no existe. Yo mismo pensé, recuerdo, en sacarle una foto, pero en ese entonces no se podía sacar fotos en lugares públicos. Una amiga periodista, ante mi consulta, fue a la plaza y consultó con el placero, quien no recordaba el giro de la estatua, que para mí representa una metáfora de metáforas. De los giros ridículos de la historia.

martes, 5 de agosto de 2008

Chascarrillos urbanos

Anoche, en la tradicional sandwichería Don Pepe, de Barrio Sur:

Cajero: ¿Qué van a querer?
Joven médica (o enfermera), acompañada de otro muchacho (estimo de unos 30 años ambos): Queremos milanesas.
Cajero: ¿Cuántas? ¿Dos?
Joven médica: Mmm... No sé, pero me parece que tres o cuatro, porque tenemos más hambre que el Chavo.

La conversación me hizo acordar a mi amigo Diego Jemio. El suele recordar que un conocido suyo acostumbra a decir: “tiene más hambre que mucama ’i hippie”.

Me hacen cagar de risa esas comparaciones. O como dos referidas a hacerse el boludo:
- Se hace el boludo como perro que ha volteao la olla.
- Se hace el boludo como payaso que se ha golpeao en serio.