jueves, 9 de agosto de 2012

Sobre el desamor

El desamor es una conmoción bestial.
El desamor funda una distancia implacable entre uno y la otra persona y supone un ataque feroz al ego, como la noción de mortalidad. Coincidencia, en cambio, es inmortalidad.
En el amor, el rechazo es angustiante. Y la angustia, como sentenció Jacques Lacan, es el único estado de ánimo que no engaña.
A menudo uno siente la necesidad de que hubiese analgésicos para intangibles como el ego doliente o el desamor, o morfina para la angustia. Y llorar.
A menudo es imperioso un buen llanto en soledad; copioso, como un chaparrón; con la cara contra la almohada. Y despertarse al día siguiente y poner esa misma cara hinchada al sol y al viento renovador de la mañana.
Dormir es la forma más eficaz de huir de esa angustia.
Parafraseando a Francisco Umbral, en la cima del desamor, como en todas las cimas, hay quietud. Una quietud mortal –escribió Paco– en la que el corazón es una piedra desnuda y el pensamiento, una cinta muda.
Porque el desamor es un camino sin vuelta atrás. Y por eso es aterrador.
El desamor es una prisión cruel.
El desamor es una palabra sorda.
El desamor es pavoroso, porque el final, que es el fin de todo, se anticipa por entregas manifiestas o inferidas. Pero ciertas. Uno, por lo general, va sabiendo cómo termina una historia.
Desamor, ataque al ego y necesidad brutal de afecto. Es el cóctel de la tristeza. Ese penoso cóctel psíquico que aparece como un duende en una noche glacial e inesperada. Una vejación atonal, infeliz, insoportablemente pesada y fantasmal, como una fiebre de cuarenta grados en el alma.

2 comentarios:

Lucas dijo...

epaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

(andrea) dijo...

El problema es bancar la angustia cuando viene de la mano con el insomnio, cosa que es bastante común.
Cuando ya es evidente que el amor no está más, cuando se sigue intentando salvar lo que ya está muerto, cuando la historia parece no terminar nunca, o cuando el desamor se convierte en camas frías... hay una parte de uno que se muere un poco. Y siempre duele. Más asumir el fracaso.
Lo peor deben ser las veces que te duele tanto como para querer dejar de vivir... como si así fuese a pasar. Pero en algún momento pasa.

Ya estoy hablando mucho... un buen trago de algo siempre hace que por un rato no duela tanto.
¡Saludos!!