miércoles, 25 de enero de 2017

Apuntes de El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince

• Un teclado —mucho más que un lápiz o un bolígrafo— es la representación más fidedigna de la escritura. Esa manera de ir hundiendo sonidos, como en un piano, para convertir las ideas en letras y en palabras, es una de las magias más extraordinarias del mundo.
• El único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra.
• Mimar a los hijos es el mejor sistema educativo.
• Los padres no quieren igual a todos los hijos, aunque lo disimulen, sino que en general quieren más, precisamente, a los hijos que más los quieren a ellos. Es decir, en el fondo, a quienes más los necesitan.
• Era liberal en lo político porque no soportaba la falta de libertad y tampoco las dictaduras, ni siquiera la del proletariado, pues los pobres en el poder, al dejar de ser pobres, no eran menos déspotas y despiadados que los ricos en el poder.
• Lo odiaba con toda el alma, con una fidelidad y una constancia en el odio que ya se las quisiera el amor.
• Sus opiniones eran inclementes y definitivas, como las de un delegado de la Inquisición.
• La Iglesia recuerda a las masas la bondad de la resignación cristiana, pues al fin y al cabo Dios premiaría a los bienaventurados pobres en el más allá, por lo que no es urgente perseguir el bienestar en el más acá.
• Mi mamá, la hermanita Josefa, las muchachas del servicio y mis hermanas mayores iban a esas procesiones; mi papá y yo nos quedábamos en la casa, durmiendo como santos.
• Para mí era un alivio dejar de creer en espíritus, ánimas en pena y fantasmas, no tenerle miedo al Diablo ni sentir temor de Dios, y dedicar mis ansias, más bien, a cuidarme de las bacterias y de los ladrones, a quienes al menos uno se podía enfrentar con un palo o con una inyección, y no con el aire de las oraciones.
• No es que uno nazca bueno, sino que si alguien tolera y dirige nuestra innata mezquindad, es posible conducirla por cauces que no sean dañinos, o incluso cambiarle el sentido.
• Hay un único motivo por el cual vale la pena perseguir algún dinero: para poder conservar y defender a toda costa la independencia mental, sin que nadie nos pueda someter a un chantaje laboral que nos impida ser lo que somos.
• La felicidad está hecha de una sustancia tan liviana que fácilmente se disuelve en el recuerdo, y si regresa a la memoria lo hace con un sentimiento empalagoso que la contamina y que siempre he rechazado por inútil, por dulzón y en últimas por dañino para vivir el presente: la nostalgia.
• Para los comunistas, todos los felices son, en esencia, reaccionarios debido a que lo son en medio de infelices y desposeídos.
• El abogado José Humberto Botero era la única persona en el mundo, que yo conociera, que aún usaba el futuro del subjuntivo («si sucediere, en caso de que tuviere»).
• Después de una gran calamidad la dimensión de los problemas sufre un proceso de achicamiento, de miniaturización, pues a nadie le importa un pito que le corten un dedo o que le roben el auto si se le ha muerto un hijo. Cuando uno lleva por dentro una tristeza sin límites, morirse ya no es grave.
• No hay mejor sitio para enfermarse de la cabeza que un manicomio.
• Vivir simplemente para gozar es una legítima ambición animal. Pero para el ser humano, para el Homo Sapiens, es contentarse con muy poco. Para distinguirnos de los demás animales, para justificar nuestro paso por la tierra, hay que ambicionar metas superiores al solo goce de la vida.
• Hay que matar esos amores a cosas tan etéreas como la fama, la gloria y el éxito.
• De mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: poner en palabras la verdad, para que ésta dure más que su mentira.
• A veces, por la calle, llora. O no llora, simplemente piensa en algún detalle del país lejano y los ojos se le ponen rojos de visiones remotas, las conjuntivas se excitan de no ver, y hay agua que chorrea por sus mejillas, pero no llora, digamos que llueve sobre su cara y él deja que la lluvia lo moje, como si tal cosa. Y como salen lágrimas saladas de sus ojos, así mismo salen palabras dulces de sus labios.
• Los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito.

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