miércoles, 6 de mayo de 2015

Viajar, según Beatriz Sarlo

Entre los minuciosos relatos de las vacaciones, los periplos y las aventuras de su vida, Beatriz Sarlo introduce en su último libro, Viajes, reflexiones sobre el viajar, el turismo y lo que ella llama los «fuera de programa»: situaciones que sientan una huella en el recuerdo de nuestros viajes y le otorgan sentido.
«Una utopía del viaje es que se produzca esa irrupción de lo inesperado, que hace caer la administración burocrática del turismo y cumple la promesa de que todavía existe algo que será visto por primera vez», dice.
Para ella, «el turismo es programático y elude la contingencia», «se rige por vectores fijos y evita el desorden» y «promete felicidad segura, no imprevistos», lo que «no podría ser de otro modo en el uso capitalista de los recursos del mundo».
«Los viajes —en cambio— no consisten en una impávida sucesión de placeres y novedades sino también de sobresaltos», dice Sarlo, porque «lo bueno de viajar está en la incomodidad y los imprevistos».
Al viajar —donde sea, para lo que sea, pero fundamentalmente por placer— propongo que desactivemos el modo turista responsable, obstinado por cierto reglamento tácito del buen viajero que predomina en el imaginario colectivo. Creo que madurar es, en cierta medida, entender el viaje como la vida: tratar de que sea interesante y placentera y nunca perder la esperanza de la sorpresa y la fascinación.

lunes, 4 de mayo de 2015

La arquitectura y la vida

Me pide usted que hable de mi arquitectura, de mi vida, de aquello que me agrada y de lo que me hace sentir triste. Y voy a tratar de satisfacerlo en pocas palabras.
Me gustaría decir que la arquitectura no es lo importante, a pesar de que me ha hecho permanecer ligado a la mesa de dibujo durante sesenta años. Lo importante para mí es la vida, los amigos, este mundo injusto que debemos convertir en un mundo mejor.
Hago solamente aquello por lo que me siento atraído, con la mayor libertad, convencido de que la arquitectura es, antes que nada, invención. Además, creo en la intuición, viendo la creación arquitectónica como una cosa muy personal e intransferible. Cada arquitecto debe tener su propia arquitectura.
En lo que respecta a la vida, siempre digo que, por desgracia, soy pesimista, encuentro al ser humano frágil y abandonado, sin ninguna perspectiva. Pero la vida hay que vivirla y, puesto que estamos todos en el mismo barco, debemos vivirla codo a codo, solidarios.
El resto lo hace el tiempo y nosotros lo seguimos sin remedio. Contentos, cuando pasamos un buen momento; las mujeres son hermosas; los amigos, fraternales; cuando el cielo azul está lleno de estrellas. Tristes e indignados, cuando la vida se convierte en una madrastra cruel, la miseria crece y nuestros más pobres hermanos permanecen olvidados y sumidos en la desesperanza.
Y entonces, cuando la esperanza abandona el corazón de los hombres, la revolución se impone.
Creo, sin dudas, en la inteligencia del ser humano, en que algún día estaremos volando por el cosmos, charlando con nuestros hermanos del espacio, pero siempre haciéndonos, inquietos, la misma pregunta: después de todo, ¿qué somos?

Oscar Niemeyer, el creador de Brasilia. Octubre de 2001.