miércoles, 11 de diciembre de 2013

La paja del trigo

Anoche fui a Plaza de Mayo. Fui a aplaudir los 30 años consecutivos de democracia y, junto con ello, a condenar más que nunca a la policía sediciosa y a los delincuentes que salieron a saquear. No fui a reírme del horror. No soy tan mala persona.
El de Plaza de Mayo no fue un festival partidario. De lo contrario no hubiera ido. Quienes me conocen no me dejarían mentir al respecto.
Y como el festejo no fue faccioso, preferí salir a la calle a celebrar la libertad y rechazar los alzamientos de policías y militares en vez de quedarme en mi casa, en Buenos Aires, lejos de Tucumán, sin poder hacer nada más que contactar a mis familiares y amigos, lamentarme y ver el caos por las redes sociales.
Como tucumano, no sólo entiendo la indignación, sino también la siento. ¿Cómo no sentirla? Estuve muy preocupado, alarmado, y estoy entristecido, con bronca, dolido, frustrado. Pero, con todo, creo que había que salir a festejar. Un festejo que de carnaval no tiene nada y que, por el contrario, supone un homenaje, una conmemoración y un aprendizaje.
Fui a Plaza de Mayo a renovar el rechazo a cualquier intento de alteración del orden constitucional, sin ninguna bandera política ni ninguna filiación partidaria. Fui a celebrar la vigencia del Estado de Derecho y de la Constitución, con más conciencia que nunca sobre su importancia, después de ver lo que pasa en el país.
No fui a cagarme en los muertos de Tucumán ni a alabar a Cristina Kirchner, como algunos creen con malicia. Tampoco me pagaron para ir a Plaza de Mayo ni me obligaron a cantar nada a favor del gobierno kirchnerista, ni me volví un porteño insensible, ni me convertí en kirchnerista, ni me olvidé de mi provincia, ni nada de lo que equivocada y malintencionadamente suponen algunos.
Creo que debemos dejar de mirarnos con ojos inquisidores y, en cambio, ser más inteligentes. Ser menos demagógicos y pensar más.